Deja pasar a mi pueblo
Noche lánguida de Mozambique
los sonidos lejanos de marimba llegan a mí
–preciosos y constantes–
venidos ni yo sé de dónde.
En mi casa de madera y zinc,
pongo la radio y me dejo llevar…
muchas voces de América me sacuden el alma y los nervios,
y Robenson y Marian cantan para mí
spirituals negros de Harlem.
Let my people go
–oh deja pasar a mi pueblo, deja pasar a mi pueblo–,
dicen.
Y yo abro los ojos y ya no puedo dormir.
Dentro de mí suenan Anderson y Paul
y no son dulces voces de impulso.
Let my people go.
Nerviosamente,
me siento a la mesa y escribo…
(Dentro de mí
oh let my people go.)
deja pasar a mi pueblo.
Y ya no soy más que un instrumento
de mi sangre en turbulencia
con Marian ayudándome
con su voz profunda –mi Hermana.
Escribo…
En mi mesa se ven inclinarse cuerpos familiares.
Mi madre de manos rudas y rostro cansado
y revueltas, dolores, humillaciones,
tatuando de negro el virgen papel blanco.
Y Pablo, que no conozco
pero es de mi misma sangre y de la misma savia amada de Mozambique,
y miserias, ventanas enrejadas, dioses de hechiceras,
algodonales, y mi inaccesible compañero blanco,
y Zé –mi hermano– y Saúl,
y tú, Amigo de dulce mirar azul,
pesando en mi mano y obligándome a escribir
con el odio que me trae la rebelión.
Se ve a todos inclinarse sobre mi hombro,
mientras escribo, noche adelante,
con Marian y Robeson vigilando por el ojo luminoso de la radio,
–let my people go,
oh let my people go.
Y siempre que lleguen a Harlem
las voces de lamentación
y mis cuerpos familiares me visiten
en largas noches de insomnio,
no podré dejarme llevar por la música fútil
de los valses de Strauss.
Escribiré, escribiré,
con Robenson y Mariam gritando conmigo:
Let my people go,
oh deja pasar a mi pueblo.
Noche lánguida de Mozambique
los sonidos lejanos de marimba llegan a mí
–preciosos y constantes–
venidos ni yo sé de dónde.
En mi casa de madera y zinc,
pongo la radio y me dejo llevar…
muchas voces de América me sacuden el alma y los nervios,
y Robenson y Marian cantan para mí
spirituals negros de Harlem.
Let my people go
–oh deja pasar a mi pueblo, deja pasar a mi pueblo–,
dicen.
Y yo abro los ojos y ya no puedo dormir.
Dentro de mí suenan Anderson y Paul
y no son dulces voces de impulso.
Let my people go.
Nerviosamente,
me siento a la mesa y escribo…
(Dentro de mí
oh let my people go.)
deja pasar a mi pueblo.
Y ya no soy más que un instrumento
de mi sangre en turbulencia
con Marian ayudándome
con su voz profunda –mi Hermana.
Escribo…
En mi mesa se ven inclinarse cuerpos familiares.
Mi madre de manos rudas y rostro cansado
y revueltas, dolores, humillaciones,
tatuando de negro el virgen papel blanco.
Y Pablo, que no conozco
pero es de mi misma sangre y de la misma savia amada de Mozambique,
y miserias, ventanas enrejadas, dioses de hechiceras,
algodonales, y mi inaccesible compañero blanco,
y Zé –mi hermano– y Saúl,
y tú, Amigo de dulce mirar azul,
pesando en mi mano y obligándome a escribir
con el odio que me trae la rebelión.
Se ve a todos inclinarse sobre mi hombro,
mientras escribo, noche adelante,
con Marian y Robeson vigilando por el ojo luminoso de la radio,
–let my people go,
oh let my people go.
Y siempre que lleguen a Harlem
las voces de lamentación
y mis cuerpos familiares me visiten
en largas noches de insomnio,
no podré dejarme llevar por la música fútil
de los valses de Strauss.
Escribiré, escribiré,
con Robenson y Mariam gritando conmigo:
Let my people go,
oh deja pasar a mi pueblo.
de Noémia de Sousa,
en Voces del sur - Aproximación a la poesía africana (Equipo Fénix comp.), Biblioteca Virtual Omegalfa, S/F.
Traducción de Manuel Cabrera
Traducción de Manuel Cabrera
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