EL POEMA DE MI DIGNIDAD
I
No poseo riquezas, ni abolengo,
ni siquiera una rústica heredad.
El único tesoro que yo tengo
es el tesoro de mi dignidad.
Más alto que las águilas, más alto
se remonta mi potro de ilusión.
Siempre escalé las cúspides de un salto
llevando a flor de labio mi canción.
Trabajo y lucho sin cesar. La vida
me ofrece cada vez más interés.
La montaña de mi alma, florecida
se pasa y alas llevo hasta en los pies.
No me importan las críticas del vulgo
que tiende en mi camino un valladar.
Sacerdote del Arte, lo excomulgo
desde el pulpito azul de mi cantar.
II
Indómito corcel de recio apresto,
mi signo se adelanta a cualquier signo.
Tengo el goce gentil de ser modesto
y la dicha inefable de ser digno.
Obrero del taller y de la idea,
no me importan el malo, ni el estulto.
Y de mi ansia en la lid quiero que sea
un lábaro de gloria cada insulto.
Acércate hasta mi pobre cardumen
de necios y pedantes, oye y mira:
mis haberes en esto se reúnen:
un esfuerzo, un ensueño y una lira.
No cabe de mi vida en las leyendas
ni un punto, ni una coma, ni una tilde.
Acércate hasta mí para que aprendas,
pues te quiero enseñar a ser humilde.
¿Que quién soy, me preguntas con sarcasmo,
queriéndome aplastar bajo tu planta?
Yo soy el portavoz del entusiasmo
por todo lo que vuela y lo que canta.
Soy pujanza, soy lucha y soy destino
y en una idealidad vivo y aliento.
Soy un grano de polvo del camino
con el cual puede hacerse un 'monumento.
Yo soy un carpintero sin dobleces
y escúchame, por Dios, y no te asombres:
mi metro medir puede muchas veces
la estatura moral de algunos hombres...
Yo no digo que soy puro y perfecto
y que a mi alma no más que el bien le cuadra,
pero hasta aquí me he mantenido recto
cual las líneas que trazo con mi escuadra...
Hablas de mi pobreza y de mi origen
queriéndome humillar. ¡Mezquino intento!
Título y sangre azul no se le exigen
a los hijos que son del pensamiento.
El coturno que calzo no lo enlodo
en el cielo estancado de lo fútil...
Seré todo en la vida, seré todo
lo que puedas pensar menos inútil.
Me llamas presumido, necio y vano
y me tienes a mí como una cosa
despreciable. Pero, oye, es que el gusano
trasformóse hace tiempo en mariposa.
¿Te sorprenden mis gestos? ¿Te sorprende
que diga lo que soy y lo que llevo
dentro de mí? ¿Tu espíritu pretende
que el ave de mi fe no dé su huevo?
Asómate hasta el fondo de mi instinto
y verás cómo enhiesto y tengo sobre
mi idiosincrasia, como sobre un plinto
la emoción inefable de ser pobre.
Escúchame, por Dios, recua perdida,
y sabrás por qué lucho y por qué venzo:
lucho para templar y alzar mi vida,
venzo porque trabajo y porque pienso.
La tristeza, el dolor y la miseria
caminan de mi mano por el mundo,
pero de inspiración tengo una arteria
que me hace ser potente y ser fecundo.
Es una arteria de proficuos dones
que sangra en mi interior. ¡Arteria mía,
por la cual son más dulces mis canciones,
no he sabido ni quién te rompería!
Pero sangra sin tregua. Te reclaman
los filos de las hachas que te hieren...
Tus vigores ofrenda a los que te aman
y tu perdón a los que no te quieren.
Que el mejor de mis cantos se alce y vibre
para entonces por él decirle al mundo:
no hay más goce perenne que ser libre,
ni más grande virtud que ser fecundo.
Yo no arrastro mi lírico estandarte
por el lodo enfermizo de lo bajo.
Obrero de la rima adoro el arte;
artista del taller, amo el trabajo.
Soy pujanza, soy lucha y soy destino
y en una idealidad vivo y aliento.
Soy un grano de polvo del camino
con el cual puede hacerse un monumento.
III
Cuando niño marché bajo la saña
de la lluvia fatal que me envolvía,
en el seno a buscar de la montaña
la leña que en mi hogar se consumía.
Fui vaquero después y cien auroras
me vieron descender por el vallado,
oyendo con deleite las canoras
aves que viven alegrando el prado.
Corriendo tras el ágil ternerillo
saltaba por el risco y la parcela...
Era entonces apenas un chiquillo
que estaba en tercer grado de la escuela.
Repleto de altivez, desde pequeño
cincelé mi carácter en la lucha
por la vida. Y una ansia y un ensueño
le dieron a mi ser potencia mucha.
Y aquí me tienes, en la lid enhiesto
mi signo adelantando a cualquier signo
y exornando el pendón de lo modesto
con los frescos laureles de lo digno.
de Carlomagno Araya,
en Los mejores poetas de Costa Rica, Compañía Ibero-Americana de publicaciones/
Librería FERNANDO FE, 1915.