Poema vulgar
Mi poesía sube a los tranvías
y de tanto viajar entre la gente
se ha hecho igual que los hombres y los quiere.
Tiene apretada la belleza en versos
de traje gris raído. Va al trabajo
-mi poesía es hombre de oficina
por la mañana- como los demás.
Mi poesía paga al cobrador,
oye las discusiones e interviene
cuando la rabia que lo habita estalla
y dice: “¡Esto es el colmo! ¡No hay derecho!”
Y entonces se le salen versos claros,
versos como disparos contenidos
largamente, y en esto se parece
también a sus amigos de viaje.
Como ellos va mirando hacia la calle
con tristeza, y el ruido del tranvía
le recuerda las cosas de la vida.
Mi poesía tiene poco sueldo,
a veces lleva ojos de sumar,
de ir pensando en lo caro que está todo,
en cómo puede haber gente que pague
tanto por la casa; y la mirada
se le queda pegada en algún coche,
y siente envidia y odio por su dueño,
como sus compañeros de tranvía,
como sus compañeros. Pero sigue,
continúa el viaje hasta el trabajo,
donde también hay cosas que le duelen,
donde piensa en su hijo, en su mujer,
piensa en el anticipo que ya lleva,
en la paga esperada inútilmente,
y a veces imagina playas de oro,
montañas verdes, ruidos de agua clara,
primaveras sin humo ni tranvías,
y le entran ganas de gritar de pronto
cosas prohibidas. Pero calla y sigue
y en ocasiones estos gritos muertos
se hacen poemas que también querrían
viajar en los tranvías, en las manos
de algún lector amigo y compañero.
El regreso es lo mismo que la ida.
¡Qué queja de metal y de madera!
Mi poesía, en medio de los hombres,
se ha hecho hombre también, y vuelve a casa,
se quita la chaqueta endecasílabo,
se pone un verso corto de canción
y ríe con su hijo y su mujer
y cena un trozo de dolor de todos
y se acuesta rendida de cansancio
y como sus amigos de tranvía
espera un nuevo día, un mundo nuevo.
De Jesús López Pacheco,
en Entre los poetas míos... - Colección Antológica de Poesía Social Vol.23, Biblioteca Virtual Omegalfa, 2013.