¡PERDÓNALO, SEÑOR!
¡Señor! Si en su vivir hubo impurezas,
si hubo en su alma huellas de delito
y en su triste aislamiento de proscrito
ignorante vivió de tus bellezas;
si sembró su camino de tristezas
y si el pecado convirtió en el rito
de su desolación, y sus fierezas
fueron en su dolor trágico grito,
¡perdónalo. Señor!... nadie en su senda
vertió una luz, jamás ninguna tienda
acogedora le brindó un amor;
y el amor es lo único en la vida
que hace luz en nuestra alma ensombrecida:
¡en tus brazos acógelo, Señor!...
de José Albertazzi Avendaño,
en Los mejores poetas de Costa Rica, Compañía Ibero-Americana de publicaciones/
Librería FERNANDO FE, 1915.
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