Alogonigin, el valiente
En aquel tiempo,
furtivamente y con paso tembloroso.
El cazador corría un poco, caminaba otro poco,
le tiraba al leopardo por detrás, y lo mataba.
Luego, con la piel del leopardo en la cabeza,
regresaba a la aldea con altanero paso,
lleno de vanidad por su pretendida hazaña.
Pero cuando mi abuelo Alogonigin decidía
matar un leopardo en la selva,
bajo el reinado del Oba Abiodun,
sus amigos y parientes le preguntaban, al verlo
Él respondía que iba a luchar con él.
Le preguntaban de nuevo: “¡Oh padre!, ¿qué le harás
Le preguntaban entonces por tercera vez:
“¡Oh padre!, ¿qué le harás al leopardo?”
Él respondía: “El leopardo y yo cambiaremos unos golpes.
Ojo por ojo, diente por diente.”
Así era Alogonigin, el valiente.
No tenía igual en muchas cosas.
Fue el primero en poseer una inmensa mansión
antes de cumplir los treinta años.
Fue en su juventud cuando construyó
Sean indulgentes conmigo... esta es la conclusión:
Alogonigin regresaba a la aldea
con la pesada y voluminosa piel de un leopardo
¡Pero sin una sola señal visible de bala!
todo cazador que quería matar un leopardo
seguía al animal por su habitual sendero del bosque,furtivamente y con paso tembloroso.
El cazador corría un poco, caminaba otro poco,
siempre furtivamente.
Cuando estaba bastante cerca para apuntar sin miedo,le tiraba al leopardo por detrás, y lo mataba.
Luego, con la piel del leopardo en la cabeza,
regresaba a la aldea con altanero paso,
lleno de vanidad por su pretendida hazaña.
Pero cuando mi abuelo Alogonigin decidía
matar un leopardo en la selva,
bajo el reinado del Oba Abiodun,
sus amigos y parientes le preguntaban, al verlo
abandonar la aldea:
“¡Oh padre!, ¿qué le harás al leopardo?”Él respondía que iba a luchar con él.
Le preguntaban de nuevo: “¡Oh padre!, ¿qué le harás
al leopardo?”
Él respondía que iba a provocarlo a un combate singular.Le preguntaban entonces por tercera vez:
“¡Oh padre!, ¿qué le harás al leopardo?”
Él respondía: “El leopardo y yo cambiaremos unos golpes.
Ojo por ojo, diente por diente.”
Así era Alogonigin, el valiente.
No tenía igual en muchas cosas.
Fue el primero en poseer una inmensa mansión
antes de cumplir los treinta años.
Fue en su juventud cuando construyó
su grandiosa residencia.
¿He terminado ya mi historia de la caza del leopardo?Sean indulgentes conmigo... esta es la conclusión:
Alogonigin regresaba a la aldea
con la pesada y voluminosa piel de un leopardo
al hombro.
¡Pero sin una sola señal visible de bala!
Anónimo (poema yorubá),
en Poesía anónima africana (Rogelio Martínez Furé Comp.), Fundación Editorial el perro y la rana, 2007.
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