Tiempo VIII. (Mi corazón regresa
a los hombres)
a los hombres)
Hambre nuestra que estás en la tierra,
santificada sea tu ausencia...
Oración de los tristes caballeros,
jinetes de su atávica amargura;
ansias que sólo ayuntan en sigilo
con la esquiva limosna de los fuertes...
Vida nuestra que estás de rodillas,
que el yugo tuyo maldito sea...
Desde estas cumbres donde ya ni el viento
es esencia tangible a la memoria,
desde estas catedrales que levantan
aciculares dientes al vacío;
pueblos de soloazul y mardefuego,
oigo la voz de un hombre que se queja;
desde esta sangre fiel a mi latido,
merced a la que acaso me descubro
como un milagro conseguido apenas,
oigo la voz de un hombre que se queja
y el empeño de Dios por derivarse
a la inicial altura de su Origen.
Desde esta casi muerte, a mi regreso
voy deseando a Dios en cada esquina
de este mundo ya prójimo en que tuve
que nacer sin quererlo.
Aquí en la Tierra
Dios reside en los hombres y es mi puestodesertar de la luz de las estrellas
y renunciar a pájaro en la brisa.
¿El hambre es Dios?
Sí, padre. El hambre duele
como a una madre el fruto en que se sangra...¿La sangre es Dios?
Sí. El mismo que se vierte
en el símbolo atávico. Y el Hombre
—llanto amargo o cristal de ungido Cristo—
el Hombre es el dolor y Dios, el Hombre.
de José Gerardo Manrique de Lara,
en Poesía Religiosa - Antología (Leopoldo de Luis), Alfaguara, 1969.
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