CREPÚSCULO SENSUAL
Inquietudes inefables,
ponían sus largos estremecimientos,
en mis entrañas.
Había llovido…
El jardín se abría pomposo,
más verde, más carnal.
Las rosas, grandes y sangrientas,
se abrían –atónitas
de los truenos lejanos
al poniente.
Una ola de perfumes,
frescos de agua,
asaltó mis sentidos.
Y yo, puse mis manos
sobre las rosas,
aún mojadas de la lluvia reciente;
mis manos,
que temblaban, temblaban,
como las estrellas;
mis manos abiertas como pasionarias,
pálidas como pasionarias.
Tenían, mis manos, para las rosas,
una caricia inextinguible,
una larga caricia
de carne y espíritu.
El crepúsculo llenaba
de su sangre los senderos
‐venas henchidas,
que se abrían delante de mis ojos.‐
Ríos alucinantes
que el día llenaba
de su sangre de vencido.
Las rosas,
palpitaron entre mis dedos abiertos;
y fue una palpitación
de carne tibia,
carne estremecida y fragante.
‐Glorioso contacto
que rompió el dique
de los deseos abocados.‐
Y en aquella divina,
explosión de inquietudes
el alma se me hizo carne también,
carne trémula, enfebrecida,
que, en incomprensibles ansiedades,
se hundía, ahogándose,
en los ríos,
sangrientos, del crepúsculo.
ponían sus largos estremecimientos,
en mis entrañas.
Había llovido…
El jardín se abría pomposo,
más verde, más carnal.
Las rosas, grandes y sangrientas,
se abrían –atónitas
de los truenos lejanos
al poniente.
Una ola de perfumes,
frescos de agua,
asaltó mis sentidos.
Y yo, puse mis manos
sobre las rosas,
aún mojadas de la lluvia reciente;
mis manos,
que temblaban, temblaban,
como las estrellas;
mis manos abiertas como pasionarias,
pálidas como pasionarias.
Tenían, mis manos, para las rosas,
una caricia inextinguible,
una larga caricia
de carne y espíritu.
El crepúsculo llenaba
de su sangre los senderos
‐venas henchidas,
que se abrían delante de mis ojos.‐
Ríos alucinantes
que el día llenaba
de su sangre de vencido.
Las rosas,
palpitaron entre mis dedos abiertos;
y fue una palpitación
de carne tibia,
carne estremecida y fragante.
‐Glorioso contacto
que rompió el dique
de los deseos abocados.‐
Y en aquella divina,
explosión de inquietudes
el alma se me hizo carne también,
carne trémula, enfebrecida,
que, en incomprensibles ansiedades,
se hundía, ahogándose,
en los ríos,
sangrientos, del crepúsculo.
de Lucía Sánchez Saornil,
en Poemas, Starm1919/elsetaproducciones, S/F.
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