Al Comandante Marcos
(Eduardo Contreras Escobar)
El ruido de la metralla nos dejó con la puerta en
las narices.
La puerta de tu vida cerrada de repente
en la madera que te duerme y acurruca en el
vientre de la tierra.
No puedo creer tu muerte,
tan sin despedida,
—sólo ese lejano presentimiento de aquella noche,
¿te acordás?—
en que lloré rabiosamente viéndote dormido,
sabiéndote pájaro migratorio
en rápida fuga de la vida.
Después,
cuando partiste,
cuando agarraste el peligro por las crines
y te sabía rodeado de furiosos perros,
empecé a creer que eras indestructible.
¿Cómo poder creer en el final de tus manos,
de tus ojos, de tu palabra?
¿Cómo creer en tu final cuando vos eras todo
principio;
la chispa, el primer disparo, la orden de fuego,
los planes, la calma?
Pero allí estaba la noticia en el periódico
Y tu foto mirándome sin verme
y esa definitiva sensación de tu ausencia
corriéndome por dentro sin consuelo,
dejando muy atrás la frontera de las lágrimas,
echándose en mis venas,
reventando contra todas mis esquinas.
Va pasando el tiempo
y va siendo más grande el hueco de tu nombre,
los minutos cargados de tu piel,
del canto rítmico de tu corazón,
de todo lo que ahora nada en mi cerebro
y te lleva y te trae como el flujo y reflujo
de una marea de sangre,
donde veo rojo de dolor y de rabia
y escribo sin poder escribir este llanto infinito,
redondo y circular como tu símbolo,
donde no puedo vislumbrar tu final
y siento solamente con la fuerza del abrazo,
de la lluvia,
de los caballos en fuga,
tu principio.
de Gioconda Belli,
en Escándalo de Miel, Seix Barral, 2011.