La Gleba
Mirad, ¡esa es la cumbre!, dijo el Sabio.
Es preciso llegar hasta esa cumbre...
Yo lo he visto y lo sé. Calló su labio,
Y avanzó la resuelta muchedumbre.
¡Deteneos aquí! rugió el tirano:
Á nadie, más que á mí, deis obediencia...
Lo he resuelto y lo impongo. Alzó la mano,
Y la turba abjuró de su conciencia...
¡Venid hermanos! dijo un sacerdote:
Adorad estas santas maravillas...
Dios lo manda. Alzó en alto un monigote
Y el rebaño se puso de rodillas...
Y aquel hato de imbéciles seguía
Á la primera voz, al primer mito,
Á la más leve admonición. Un día
Se detuvo de pronto. Estalló un grito
De un hombre de la turba: ¡de su entraña...!
Y habló un jirón de voluntad inopia.
¡Parecía aquel hombre una montaña
Con corazón y con conciencia propia!
« Basta de sumisión: no haya más leyes
« Que las que dicta la conciencia humana.
« Apartad á los ritos y á los reyes:
« Sea vuestra voluntad la soberana... »
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Fué el despertar. Cesaron los gemidos
Que eran consuelo del montón. Entonces
Repercutió, como canción de heridos,
La vibración salvaje de los bronces...
Y la gleba rugió. Con la siniestra
Indignación, quemando sus mejillas.
Alzó la frente y levantó su diestra,...
¡Y comenzó el labor de las cuchillas!
de Felipe Torcuato Black,
en La joven literatura hispanoamericana, Librería Armand Colin, 1906.