EL HIJO DE LA CALLE
Su rostro demacrado, su ropa hecha jirones,
los párpados rojizos, quebrantada la voz , . .
Alargaba su mano con gesto de vencido:
"-¡Señor..., una limosna por el amor de Dios!
De noche, cuando todos los niños se dormían
bajo el beso sublime del amor maternal,
el niño solitario, mendicante y vencido,
dormíase llorando junto al regía portal.
No tenía una madre que algo lo consolara,
que algo lo consolara en su eterno sufrir;
no tenía una madre que viniera a enjugarle
las lágrimas de su alma, dulcemente infantil.
Vagaba diariamente por las áridas calles,
empujado hacia ellas por un inquieto afán:
Hallar algún mendrugo para saciar su hambre,
o algunos centavitos para comprarse pan!
Y el niño demacrado, del traje hecho jirones,
de párpados rojizos, de quebrantada voz,
alargaba su mano con gesto de vencido
pidiendo una limosna, por el amor de Dios...
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En cierta mañana cuando poco a poco
llegaba a la tierra la luz matinal,
el sol, con sus luces, besó dulcemente
al limosnerito muerto en el umbral...
de Eduardo Octavio Zapiola,
en Versos para niños, Editorial Claridad, 1936 (?).