QUÉ ALMA ERA MI MADRE
Se diga lo que se diga, el alma
es una cualidad de la materia
con múltiples posibilidades.
Hay almas ricas en proteínas
y las hay famélicas.
Las primeras se bastan a sí mismas
para existir
y al final se esfuman como un humillo
sin dejar huellas.
Las otras, en cambio, necesitan
a los demás para sobrevivir
a duras penas
y acaban engendrando
un volcán.
El alma de mi madre
estaba compuesta de esta
materia.
No pude asistir a su entierro
y no lo lamento porque
seguramente no habría podido sufrir
que los guardias me vieran
llorar.
La recuerdo inclinada
sobre la tabla de lavar
cantando su canción preferida:
“que razón tenía
la pena traidora”.
Afanosa
o sentada con una taza de café
entre sus manos
¡qué alma era mi madre!
Se diría que estaba poblada
de terrenales lejanías, como
una paloma.
Fue anarka a su manera,
magnífica paridora y como
casi todas las mujeres del pueblo,
analfabeta.
Ignoraba a los dioses
y a sus profetas.
Cuando me sorprendía
en alguna travesura, solía decir:
“no hagas eso, Manolillo,
que está muy feo”.
De manera tan natural y sencilla procuraba
inculcarme toda la bondad
y la belleza
que caben en una vida entera.
Abril 1996
de Manuel Pérez Martínez (Arenas),
en Libertad, no escribiré tu nombre en vano, Edición de autor, 2016.