Las palabras necesitan de un contexto histórico, político, social, cultural, económico y biográfico para significar. Exhorto a lxs lectorxs/militantes a realizar un viaje de conocimiento acerca de lugares, tiempos y autorxs para enriquecer la experiencia literaria que propongo en este espacio. Gracias.
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viernes, 10 de noviembre de 2023

Letanía de nuestro señor don Quijote.

Letanía de nuestro señor don Quijote.

Rey de los hidalgos, señor de los tristes
Que fuerzas alientas y que ensueños vistes,
Coronado de áureo yelmo de ilusión;
Que nadie ha podido vencer todavía
Por la adarga al brazo, toda fantasía.
Y la lanza en ristre, toda corazón.

Noble peregrino de los peregrinos
Que sacrificaste todos los caminos
Con el paso augusto de tu heroicidad,
Contra las certezas, contra las conciencias
Y contra las leyes y contra las ciencias,
Contra la mentira, contra la verdad...

¡Caballero errante de los caballeros,
Barón de Varones, príncipe de fieros,
Par entre los pares, maestro, salud!
¡Salud, porque juzgo que hoy muy poca tienes,
Entre los aplausos ó entre los desdenes,
Y entre las coronas y los parabienes
Y las tonterías de la multitud!

¡Tú para quien pocas fueron las victorias
Antiguas y para quien clásicas glorias
Serían apenas de ley y razón.
Soportas elogios, memorias, discursos.
Resistes certámenes, tarjetas, concursos,
Y, teniendo á Orfeo, tienes á orfeón!

Escucha, divino Rolando del sueño,
Á un enamorado de tu Clavileño
Y cuyo Pegaso relincha hacia ti;
Escucha los versos de estas letanías,
Hechas con las cosas de todos los días
Y con otras que en lo misterioso vi.

¡Ruega por nosotros, hambrientos de vida,
Con el alma á tientas, con la fe perdida,
Llenos de congojas y faltos de sol,
Por advenedizas almas de manga ancha,
Que ridiculizan el ser de la Mancha,
El ser generoso y el ser español!

¿Ruega por nosotros que necesitamos
Las mágicas rosas, los sublimes ramos
De laurel! Pro nobis ora, gran señor.
(Tiembla la floresta de laurel del mundo
Y antes que tu hermano vago, Segismundo,
El pálido Hamlet te ofrece una flor.)

Ruega generoso, piadoso, orgulloso;
Ruega casto, puro, celeste, animoso;
Por nos intercede, suplica por nos,
Pues casi ya estamos sin savia, sin brote
Sin alma, sin vida, sin luz, sin Quijote,
Sin pies y sin alas, sin Sancho y sin Dios.

De tantas tristezas, de dolores tantos.
De los superhombres de Nietzsche, de cantos
Áfonos, recetas que firma un doctor,
De las epidemias, de horribles blasfemias
De las Academias
Líbranos, señor.

De rudos malsines
Falsos paladines
Y espíritus finos y blandos y ruines
Del hampa que sacia
Su canallocracia
Con burlar la gloria, la vida, el honor.
Del puñal con gracia,
¡Líbranos señor!

Noble peregrino de los peregrinos,
Que santificaste todos los caminos
Con el paso augusto de tu heroicidad,
Contra las certezas, contra las consciencias
Y contra las leyes y contra las ciencias,
Contra la mentira, contra la verdad...

¡Ora por nosotros, señor de los tristes,
Que de fuerza alientas y de ensueños vistes,
Coronado de áureo yelmo de ilusión;
Que nadie ha podido vencer todavía
Por la adarga al brazo, toda fantasía,
Y la lanza en ristre, toda corazón!

de Rubén Darío,
en La joven literatura hispanoamericana, Librería Armand Colin, 1906.

viernes, 27 de octubre de 2023

Á Roosevelt.

Á Roosevelt.

Es con voz de la Biblia ó verso de Walt Witman
Que habría que llegar hasta ti, ¡cazador!
Primitivo y moderno, sencillo y complicado
Con un algo de Wáshington y mucho de Nemrod.
Eres los Estados Unidos,
Eres el futuro invasor
De la América ingenua que tiene sangre indígena
Que aun reza á Jesucristo y aun habla en español.

Eres soberbio y fuerte ejemplar de tu raza;
Eres culto, eres hábil; te opones á Tolstoy.
Y domando caballos ó asesinando tigres,
Eres un Alejandro Nabucodonosor.
(Eres un profesor de Energía
Como dicen los locos de hoy.)

Crees que la vida es incendio,
Que el progreso es erupción
Que en donde pones la bala
El porvenir pones.
                                No.
Los Estados Unidos son potentes y grandes.
Cuando ellos se estremecen hay un hondo temblor
Que pasa por las vértebras enormes de los Andes.
Si clamáis se oye como el rugir de un león.
Ya Hugo á Grant lo dijo: Las estrellas son vuestras.
(Apenas brilla alzándose el argentino sol
Y la estrella chilena se levanta...) Sois ricos
Juntáis al culto de Hércules el culto de Mamnon;
Y alumbrando el camino de la fácil conquista
La Libertad levanta su antorcha en Nueva York.

Mas la América nuestra que tenia poetas
Desde los viejos tiempos de Netzhualcoyolt,
Que ha guardado las huellas de los pies del gran Baco
Que el alfabeto pánico en un tiempo aprendió;
Que consultó los astros, que conoció la atlántida
Cuyo nombre nos llega resonando en Platón
Que desde los remotos momentos de su vida
Vive de luz, de fuego, de perfume y de amor,
La América del grande Moctezuma, del Inca,
La América fragante de Cristóbal Colón,
La América católica, la América española,
La América en que dijo el noble Guatemoc:
« Yo no estoy en un lecho de rosas »; esa América
Que tiembla de huracanes y que vive de amor;
Hombres de ojos sajones y alma bárbara, vive
Y sueña. Y ama, y vibra; y es la hija del Sol.
Tened cuidado. ¡Vive la América española!
Hay mil cachorros sueltos del león español.
Se necesitaría, Roosevelt, ser Dios mismo.
El Riflero terrible y el fuerte Cazador,
Para poder tenernos en vuestras férreas garras.

Y, pues contáis con todo, falta una cosa : ¡Dios!

de Rubén Darío,
en La joven literatura hispanoamericana, Librería Armand Colin, 1906.

domingo, 6 de noviembre de 2016

Los motivos del lobo

Los motivos del lobo

El varón que tiene corazón de lis, 
alma de querube, lengua celestial, 
el mínimo y dulce Francisco de Asís, 
está con un rudo y torvo animal, 
bestia temerosa, de sangre y de robo, 
las fauces de furia, los ojos de mal: 
el lobo de Gubbia, el terrible lobo, 
rabioso, ha asolado los alrededores; 
cruel ha deshecho todos los rebaños; 
devoró corderos, devoró pastores, 
y son incontables sus muertes y daños. 

Fuertes cazadores armados de hierros 
fueron destrozados. Los duros colmillos 
dieron cuenta de los más bravos perros, 
como de cabritos y de corderillos. 

Francisco salió: 
al lobo buscó 
en su madriguera. 
Cerca de la cueva encontró a la fiera 
enorme, que al verle se lanzó feroz 
contra él. Francisco, con su dulce voz, 
alzando la mano, 
al lobo furioso dijo: ¡Paz, hermano 
lobo! El animal 
contempló al varón de tosco sayal; 
dejó su aire arisco, 
cerró las abiertas fauces agresivas, 
y dijo: ¡Está bien, hermano Francisco! 
¡Cómo! -exclamó el santo-. ¿Es ley que tú vivas 
de horror y de muerte? 
¿La sangre que vierte 
tu hocico diabólico, el duelo y espanto 
que esparces, el llanto 
de los campesinos, el grito, el dolor 
de tanta criatura de Nuestro Señor, 
no han de contener tu encono infernal? 
¿Vienes del infierno? 
¿Te ha infundido acaso su rencor eterno 
Luzbel o Belial? 
Y el gran lobo, humilde: ¡Es duro el invierno, 
y es horrible el hambre! En el bosque helado 
no hallé qué comer; y busqué el ganado, 
y en veces comí ganado y pastor. 
¿La sangre? Yo vi más de un cazador 
sobre su caballo, llevando el azor 
al puño; o correr tras el jabalí, 
el oso o el ciervo; y a más de uno vi 
mancharse de sangre, herir, torturar, 
de las roncas trompas al sordo clamor, 
a los animales de Nuestro Señor. 
Y no era por hambre, que iban a cazar.

Francisco responde: -En el hombre existe 
mala levadura. 
Cuando nace viene con pecado. Es triste. 
Mas el alma simple de la bestia es pura. 
Tú vas a tener 
desde hoy qué comer. 
Dejarás en paz 
rebaños y gente en este país. 
¡Que Dios melifique tu ser montaraz! 
-Está bien, hermano Francisco de Asís. 
-Ante el Señor, que todo ata y desata, 
en fe de promesa tiéndeme la pata. 
El lobo tendió la pata al hermano 
de Asís, que a su vez le alargó la mano. 
Fueron a la aldea. La gente veía 
y lo que miraba casi no creía. 
Tras el religioso iba el lobo fiero, 
y, baja la testa, quieto le seguía 
como un can de casa, o como un cordero. 

Francisco llamó la gente a la plaza 
y allí predicó. 
Y dijo: -He aquí una amable caza. 
El hermano lobo se viene conmigo; 
me juró no ser ya vuestro enemigo, 
y no repetir su ataque sangriento. 
Vosotros, en cambio, daréis su alimento 
a la pobre bestia de Dios. -¡Así sea!
contestó la gente toda de la aldea. 
Y luego, en señal 
de contentamiento, 
movió testa y cola el buen animal, 
y entró con Francisco de Asís al convento. 

Algún tiempo estuvo el lobo tranquilo 
en el santo asilo. 
Sus bastas orejas los salmos oían 
y los claros ojos se le humedecían. 
Aprendió mil gracias y hacía mil juegos 
cuando a la cocina iba con los legos. 
Y cuando Francisco su oración hacía, 
el lobo las pobres sandalias lamía. 
Salía a la calle, 
iba por el monte, descendía al valle, 
entraba en las casas y le daban algo 
de comer. Mirábanle como a un manso galgo. 
Un día, Francisco se ausentó. Y el lobo 
dulce, el lobo manso y bueno, el lobo probo, 
desapareció, tornó a la montaña, 
y recomenzaron su aullido y su saña. 
Otra vez sintióse el temor, la alarma, 
entre los vecinos y entre los pastores; 
colmaba el espanto los alrededores, 
de nada servían el valor y el arma, 
pues la bestia fiera 
no dio treguas a su furor jamás, 
como si tuviera 
fuegos de Moloch y de Satanás. 

Cuando volvió al pueblo el divino santo, 
todos lo buscaron con quejas y llanto, 
y con mil querellas dieron testimonio 
de lo que sufrían y perdían tanto 
por aquel infame lobo del demonio. 

Francisco de Asís se puso severo. 
Se fue a la montaña 
a buscar al falso lobo carnicero. 
Y junto a su cueva halló a la alimaña. 
-En nombre del Padre del sacro universo, 
conjúrote, dijo, ¡oh lobo perverso!, 
a que me respondas: ¿Por qué has vuelto al mal? 
Contesta. Te escucho. 
Como en sorda lucha, habló el animal, 
la boca espumosa y el ojo fatal: 
-Hermano Francisco, no te acerques mucho... 
Yo estaba tranquilo allá en el convento,
al pueblo salía, 
y si algo me daban estaba contento 
y manso comía. 
Mas empecé a ver que en todas las casas 
estaban la Envidia, la Saña, la Ira, 
y en todos los rostros ardían las brasas 
de odio, de lujuria, de infamia y mentira. 
Hermanos a hermanos hacían la guerra, 
perdían los débiles, ganaban los malos, 
hembra y macho eran como perro y perra, 
y un buen día todos me dieron de palos. 
Me vieron humilde, lamía las manos 
y los pies. Seguía tus sagradas leyes, 
todas las criaturas eran mis hermanos: 
los hermanos hombres, los hermanos bueyes, 
hermanas estrellas y hermanos gusanos. 
Y así, me apalearon y me echaron fuera. 
Y su risa fue como un agua hirviente, 
y entre mis entrañas revivió la fiera, 
y me sentí lobo malo de repente; 
mas siempre mejor que esa mala gente. 
y recomencé a luchar aquí, 
a me defender y a me alimentar. 
Como el oso hace, como el jabalí, 
que para vivir tienen que matar. 
Déjame en el monte, déjame en el risco, 
déjame existir en mi libertad, 
vete a tu convento, hermano Francisco, 
sigue tu camino y tu santidad. 

El santo de Asís no le dijo nada. 
Le miró con una profunda mirada, 
y partió con lágrimas y con desconsuelos, 
y habló al Dios eterno con su corazón. 
El viento del bosque llevó su oración, 
que era: Padre nuestro, que estás en los cielos...

de Rubén Darío,
en El modernismo en América, Edicom, 1969.