Las palabras necesitan de un contexto histórico, político, social, cultural, económico y biográfico para significar. Exhorto a lxs lectorxs/militantes a realizar un viaje de conocimiento acerca de lugares, tiempos y autorxs para enriquecer la experiencia literaria que propongo en este espacio. Gracias.
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lunes, 25 de septiembre de 2023

CRÓNICA DE CHAPI, 1965

CRÓNICA DE CHAPI, 1965

Lengua sin manos: ¿cómo osas hablar?
Mío Cid

Oronqoy. Aquí es dura la tierra. Nada en ella
se mueve, nada cambia, ni el bicho más pequeño.
Por las dudosas huellas del angana
—media jornada sobre una mula vieja—
bien recuerdo
a los 200 muertos estrujados
y sin embargo frescos como un recién nacido.
Oronqoy.
La tierra permanece repetida, blanca y repetida
hasta las últimas montañas.
Detrás de ellas
el aire pesa más que un ahogado.
Y abajo,
entre las ramas barbudas y calientes:
Héctor. Ciro. Daniel, experto en huellas.
Edgardo El Viejo. El Que Dudó 3 Días.
Samuel, llamado El Burro. Y Mariano. Y Ramiro.
El callado Marcial. Todos los duros. Los de la rabia
entera.
(Samuel afloja sus botines.) Fuman, Conversan.
Y abren latas, de atún bajo el chillido
de un pájaro picudo.
“Siempre este bosque
que me recuerda al mar, con sus colinas,
sus inmóviles olas y su luz
diferente a la de todos los soles conocidos.
Aún ignoro
las costumbres del viento y de las aguas.
Es verdad,
ya nada se parece al país que dejamos y sin embargo
es todavía el mismo.”

Cenizas casi verdes,
restos de su fogata ardiendo entre la nuestra:
estuvieron muy cerca los soldados.
Su capitán,
el de la baba inmensa, el de las púas
—casi a tiro de piedra lo recuerdo—
en pocos días ametralló
a los 200 hombres
y eso fue en noviembre
(no indagues, caminante, por las pruebas:
para los siervos muertos no hay túmulo o señal)
y esa noche,
en los campos de Chapi,
hasta que el viento arrastró la Cruz del Sur,
se oyeron los chillidos de las viejas,
ayataki,
el canto de los muertos,
pesado como lluvia
sobre las anchas hojas de los plátanos,
duro como tambores.
Y el halcón de tierras altas
sombra fue sobre sus cuerpos maduros y perfectos.

(En Chapi, distrito de La Mar, donde en setiembre,
don Gonzalo Canillo —quien gustaba
moler a sus peones en un trapiche viejo—
fue juzgado y muerto por los muertos.)

Al principio, sólo una herida en la pierna derecha
después
las moscas verdes invadieron tus miembros.
Y eras duro, todavía.
Pero tus pómulos no resistieron más
—fue la Uta, el hambriento animal de 1000 barrigas—
y tuvimos, amigo, que ofrecerte
como a los bravos marinos que mueren sobre el mar.

Ese jueves, desde el Cerro Morado se acercaban.
Eran más de 40.
El capitán —según pude saber—
sólo temía al tiempo de las lluvias
y a las enfermedades que provocan
las hembras de los indios.
Sus soldados
temían a la muerte.
Sin referirme a Tambo —5000 habitantes y naranjas—
12 pueblos del río hicieron leña tras su filudo andar.

Fueron harto botín hombres y bestias.
Se acercaban
Junto a las barbas de la ortiga gigante
cayeron un teniente y el cabo fusilero.
(El capitán
se había levantado de prisa, bien de mañana
para combatir a los rebeldes.
Y sin saber que había una emboscada,
marchó con la jauría hasta un lugar tenido por
seguro
y discreto.
Y Héctor tendió la mano, y sus hombres se alzaron con presteza.)
Y así,
cuando escaparon, carne enlatada y armas recogimos.
El capitán huía sobre sus propios muertos
abandonados al mordisco de las moscas.
No tuvimos heridos.
Los guerrilleros entierran sus latas de pescado,
recogen su fusil, callan, caminan.
Sin más bienes
que sus huesos y las armas, y a veces la duda como
grieta
en un campo de arcilla. También el miedo.
Y las negras raíces
y las buenas, y los hongos que engordan y aquellos
que dan muerte
ofreciéndose iguales.
Y la yerba y las arenas y el pantano
más altos cada vez en la ruta del Este, y los días
más largos cada vez
(y eso fue poco antes de las lluvias).
Y así lo hicieron 3 noches con sus días.
Y llegados al río
decidieron esperar la mañana antes de atravesarlo.

“Wauqechay, hermanito, wauqechay, es tu cansancio
largo como este día, wauqechay.
Verde arverjita verde,
wauqechay,
descansa en mi cocina,
verde arverjita verde,
wauqechay,
descansa en mi frazada y en mi sombra.

Daniel, Ciro, Mariano, Edgardo El Viejo,
El Que Dudó 3 Días, Samuel llamado El Burro,
Héctor, Marcial, Ramiro,
qué angosto corazón, qué reino habitan.

Y ya; ninguno pregunte sobre el peso y la medida de
los hermanos muertos,
y ya nadie les guarde repugnancia o temor.

de Antonio Cisneros,
en Un pulso que golpea las tinieblas, Partido de la Revolución Democrática (PRD-DF)/Para Leer en Libertad A.C., 2012.

miércoles, 13 de noviembre de 2019

Día de los santos inocentes de Bay Fu

Día de los santos inocentes de Bay Fu

El día de los santos inocentes fueron acuchillados más
de quinientos niños
y unas doscientas madres más o menos.
Y casi una semana duró el día.
“Viejo rey, tu corona rodará hasta la cabeza de algún
recién nacido”.
Mas Herodes sabía que los muertos no gobiernan.
Y eso lo sabe Johnson.
El día de la guerra del Vietnam tiene ya muchos años.
Mis abuelos nunca oyeron el canto de los niños muertos
en el siglo primero
ni podían tener la rabia y los cuchillos del rey de Judea
-rey de muerte en catorce kilómetros cuadrados.
Mas los hombre de Johnson
recuestan su trasero sobre todos los campos de la tierra,
y ninguna lengua les es desconocida.
Y yo puedo escuchar
fuera y dentro de mi largo pellejo el canto de los muertos
de Bay Fu.
Alacrán que me llenas como el aire a los pulmones, cuántos muertos
Más tiernos que las hojas de mora. Más pequeños.
Giran las hélices del Norte sobre las cuatro estaciones
del país de los Viet.
Los muertos se arremolinan bajo las grandes aspas.
Y los sobrevivientes de este invierno no lo serán
más en la nueva primavera.

Veo a Johnson el rey entre es blanco trono
“los Gigantes tuvieron su mala temporada”
y la ducha gotea y todo huele como el culo del diablo
a 12 kilómetros de Hanoi caen lluvias de fuego
en medio del verano y el estadio de los Yankees
es pequeño para los pequeños muertos de Bay Fu.
Spellman el Siervo del Señor escoge las mejores carnes
y en las noches es la madreposafauno de los hombres del rey
Glenn Ford les canta una balada y espera a su turno.

Giran las hélices del Norte sobre las cuatro estaciones
del país de los Viet.
Cien de nuestros caballos más gordos poco alimento son
para un piojo enemigo.

Qué fiero suena el canto de los muertos. Qué largo suena
entre los pistones del viejo Ford, la batidora Kenwood,
el trío de las flautas.
Alacrán de Bay Fu cómo me llenas.
Giran las hélices veloces y oxidadas
aquí en el Sur.
“Montaré mi pequeño caballo, el de las crines largas,
y antes del almuerzo
he de afilar mis púas, mi lanza de hueso amarillo”.

de Antonio Cisneros,
en Poesía armada, Agermanament, 1976.