Las palabras necesitan de un contexto histórico, político, social, cultural, económico y biográfico para significar. Exhorto a lxs lectorxs/militantes a realizar un viaje de conocimiento acerca de lugares, tiempos y autorxs para enriquecer la experiencia literaria que propongo en este espacio. Gracias.
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lunes, 8 de febrero de 2021

El nido de cóndores

El nido de cóndores

 I
En la negra tiniebla se destaca,
Como un brazo extendido hacia el vacío
Para imponer silencio a sus rumores,
Un peñasco sombrío.

Blanca venda de nieve lo circunda,
De nieve que gotea
Como la negra sangre de una herida
Abierta en la pelea.

¡Todo es silencio en torno! Hasta las nubes
Van pasando calladas,
Como tropas de espectros que dispersan
Las ráfagas heladas.

¡Todo es silencio en torno! Pero hay algo
En el peñasco mismo,
Que se mueve y palpita cual si fuera
El corazón enfermo del abismo.

Es un nido de cóndores, colgado
De su cuello gigante,
Que el viento de las cumbres balancea
Como un pendón flotante.

Es un nido de cóndores andinos,
En cuyo negro seno
Parece que fermentan las borrascas,
Y que dormita el trueno.

Aquella negra masa se estremece
Con inquietud extraña:
Es que sueña con algo que lo agita
El viejo morador de la montaña.

No sueña con el valle, ni la sierra,
De encantadoras galas;
Ni menos con la espuma del torrente
Que humedeció sus alas.

No sueña con el pico inaccesible
Que en la noche se inflama
Despeñando por riscos y quebradas
Sus témpanos de llama.

No sueña con la nube voladora
Que pasó en la mañana
Arrastrando en los campos del espacio
Su túnica de grana.

Muchas nubes pasaron a su vista,
Holló muchos volcanes,
Su plumaje mojaron y rizaron
Torrentes y huracanes.

Es algo más querido lo que causa
Su agitación extraña:
Un recuerdo que bulle en la cabeza
Del viejo morador de la montaña.

En la tarde anterior, cuando volvía
Vencedor inclemente,
Trayendo los despojos palpitantes
En la garra potente,

Bajaban dos viajeros presurosos
La rápida ladera:
Un niño, y un anciano de alta talla
Y blanca cabellera.

Hablaban en voz alta, y el anciano
Con acento vibrante:
"Vendrá, exclamaba, el héroe
predilecto de esta cumbre gigante."

El cóndor, al oírlo, batió el vuelo;
Lanzó ronco graznido,
Y fue a posar el ala fatigada
Sobre el desierto nido.

Inquieto, tembloroso, como herido
De fúnebre congoja.
Pasó la noche, y sorprendiólo el alba
Con su pupila roja.

II
Enjambre de recuerdos punzadores
Pasaban en tropel por su memoria,
Recuerdos de otro tiempo de esplendores,

De otro tiempo de gloria,
En que era breve espacio a su ardimiento
La anchurosa región del vago viento.

Blanco el cuello y el ala reluciente,
Iba en pos de la niebla fugitiva,
Dando caza a las nubes en Oriente;

O con mirada altiva
En la garra pujante se apoyaba
Cual se apoya un titán sobre su clava.

Una mañana -¡inolvidable día!-,
Ya iba a soltar el vuelo soberano
Para surcar la inmensidad sombría

Y descender al llano,
A celebrar con ansia convulsiva
Su sangriento festín de carne viva,

Cuando sintió un rumor nunca escuchado
En las hondas gargantas de Occidente:
El rumor del torrente desatado,

La cólera rugiente,
Del volcán que en horrible paroxismo
Se revuelca en el fondo del abismo.

Choque de armas y cánticos de guerra
Resonaron después. Relincho agudo
Lanzó el corcel de la argentina tierra

Desde el peñasco mudo;
Y vibraron los bélicos clarines,
Del Ande gigantesco en los confines.

Crecida muchedumbre se agolpaba
Cual las ondas del mar en sus linderos;
Infantes y jinetes avanzaban

Desnudos los aceros,
¡Y atónita al sentirlos la montaña,
Bajó la frente, y desgarró su entraña!

¿Dónde van? ¿dónde van? ¡Dios los empuja!
Amor de patria y libertad los guía;
Donde más fuerte la tormenta ruja,

Donde la onda bravía
Más ruda azote el piélago profundo,
¡Van a morir o libertar un mundo!

III
Pensativo a su frente, cual si fuera
En muda discusión con el destino,
Iba el héroe inmortal que en la ribera
Del gran río argentino
¡Al león hispano asió de la melena
Y lo arrastró por la sangrienta arena!

El cóndor lo miró, voló del Ande
A la cresta más alta, repitiendo
Con estridente grito: "¡Este es el grande!"
Y San Martín oyendo,
Cual si fuera el presagio de la historia,
Dijo a su vez: "¡Mirad! ¡Ésa es mi gloria!"

IV
Siempre batiendo el ala silbadora.
Cabalgando en las nubes y en los vientos,
Lo halló la noche y sorprendió la aurora;
¡Y a sus roncos acentos,
Tembló de espanto el español sereno
En los umbrales del hogar ajeno!

Un día... se detuvo; había sentido
El estridor de la feroz pelea;
Viento de tempestad llevó a su oído
Rugidos de marea;
¡Y descendió a la cumbre de una sierra,
La corva garra abierta, en son de guerra!

¡Porfiada era la lid! Por las laderas
Bajaban los bizarros batallones,
¡Y penachos, espadas y cimeras,
Cureñas y cañones,
Como heridos de un vértigo tremendo
En la cima fatal iban cayendo!

¡Porfiada era la lid! En la humareda,
La enseña de los libres ondeaba
Acariciada por la brisa leda
Que sus pliegues hinchaba:
¡Y al fin, entre relámpagos de gloria
Vino a alzarla en sus brazos la victoria!

Lanzó el cóndor un grito de alegría,
Grito inmenso de júbilo salvaje;
¡Y desplegando en la extensión vacía
Su vistoso plumaje,
Fue esparciendo por sierras y por llanos
Jirones de estandartes castellanos!

V
¡Desde entonces, jinete del vacío,
Cabalgando en nublados y huracanes,
En la cumbre, en el páramo sombrío,
Tras hielos y volcanes,
Fue siguiendo los vívidos fulgores
De la bandera azul de sus amores!

¡La vio al borde del mar, que se empinaba
Para verla pasar, y que en la lira
De bronce de sus olas entonaba,
Como un grito de ira,
El himno con que rompe las cadenas
De su cárcel de rocas y de arenas!

¡La vio en Maipú, en Junín y hasta en aquella
Noche de maldición, noche de duelo,
En que desapareció como una estrella
Tras las nubes del cielo;
Y al compás de sus lúgubres graznidos
Fue sembrando el espanto en los dormidos!

¡Siempre tras ella, siempre! Hasta que un día
La luz de un nuevo sol alumbró al mundo;
¡El sol de la libertad que aparecía
Tras nublado profundo,
Y envuelto en su magnífica vislumbre
Tornó soberbio a la nativa cumbre!

VI
¡Cuántos recuerdos despertó el viajero
En el calvo señor de la montaña!
¡Por eso se agitaba entre su nido
Con inquietud extraña;
Y al beso de la luz del sol naciente
Volvió otra vez a sacudir las alas
Y a perderse en las nubes del Oriente!

¿A dónde va? ¿Qué vértigo lo lleva?
¿Qué engañosa ilusión nubla sus ojos?
¡Va a esperar del Atlántico en la orilla
Los sagrados despojos
De aquel gran vencedor de vencedores,
A cuyo solo nombre se postraban
Tiranos y opresores!

Va a posarse en la cresta de una roca,
Batida por las ondas y los vientos,
¡Allá, donde se queja la ribera
Con amargo lamento,
Porque sintió pasar planta extranjera
Y no sintió tronar el escarmiento!

¡Y allá estará! Cuando la nave asome
Portadora del héroe y de la gloria,
Cuando el mar patagón alce a su paso
Los himnos de victoria.
Volverá a saludarlo como un día
En la cumbre del Ande,
Para decir al mundo: ¡Éste es el grande!

de Olegario Víctor Andrade,
en Obras Poéticas de Olegario Víctor Andrade, Editorial Sopena, 1942.
https://campodemaniobras.blogspot.com/search/label/Poes%C3%ADa%20argentina%20del%20siglo%20XIX (6/12/20).

domingo, 7 de febrero de 2021

Los subverdes

 Los subverdes

Nosotros
los subdesarrollados
los subalimentados con ciertas hojas
y ciertas asperezas
los subamados
los subamantes
los subverdes, los subversivos
y subabúlicos habitantes
de esta tierra caliente, ritual
y tropical y metalífera
y ríos de agua y ríos de semen
para abrevar a ciertos turistas «inocentes»,
que bailamos macumba
y son y tangosón y bóngoro
y a veces
nos suicidamos lentamente bailando,
que amamos de una manera ciertamente baja
con amantes y amados muertos
de crimen pasional, como se dice,
de hijos de indios, de hijos de españoles,
de hijos de negros, de hijos de italianos
de hijos nomás que somos todavía
y no para siempre hijos que debemos ser.

Nosotros, los subverdes
los perfectos amantes latinos,
hermosos como látigos,
pero que no servimos para el «executive man»
que nos planearon.

A veces uno muere enfermo de ternura
y sus huesos se agitan por el mundo
con sus escamas verdes
las llagas de los pies en el zapato,
entonces alguien dice: ese era de América
de América del Sur,
pero sucede: el fuego que el salvaje
ha encendido por el mundo
los ha vuelto cenizas, de repente.

de Stella Calloni,
en https://redhargentina.wordpress.com/2020/06/21/poema-los-subverdes-de-stella-calloni-texto-y-video-de-la-propia-autora-intepretando/ (16/11/20).

domingo, 24 de enero de 2021

viernes, 11 de septiembre de 2020

La explosión

La explosión

Es un muchacho
tiene quince
dieciocho
o veinte años.
Tiene los muslos firmes
frescos los dientes
y abiertos mano y beso.
Salió un día
cualquiera
a las seis de la mañana.
Salió a luchar
y ahora es una piedra.
Son dos piedras.
Son cuatro millones y medio de piedras
que lo aplastan
lo deshacen.

de Jorge Arbeleche,
en Poesía armada, Agermanament, 1976.

viernes, 17 de julio de 2020

RBV

RBV

cercarlos, cercarlos
encerrarlos
y después simular que nos importa
qué les pasa
un zoológico
una institución
un gato en una caja
un país bloqueado

Por Félix Sánchez Durán.

sábado, 27 de junio de 2020

Lo están pateando

Lo están pateando

Con los brazos atados a la espalda
un hombre
un hombre feo y joven
un rostro algo vacío
con los brazos atados a la espalda
lo hundían en el agua de aquel río
-un rato nada más-
lo estaban torturando
-no matándolo-
con los brazos atados lo pateaban
le pateaban el vientre y los testículos
se arrollaba en el suelo
lo pateaban.
Ahora mismo
hoy lo están pateando.

de Idea Vilariño,
en Poesía armada, Agermanament, 1976.

He visto

He visto

Policías. Soldados.
Camiones y camiones. O a caballo.
O a pie. Juntos, armados.

Veo tu rostro inquieto, ciudad querida,
y en todos lados, miedo.
Planta voraz, trepándose a las casas,
subiendo las paredes,
devorando, creciendo.

Si te arrancan del sueño
puesto delante de una luz-cuchillo:
¿Qué has de sentir? ¿Te taparás los ojos?
¿Sabrás quedarte y resistir? Prepárate.
El día duro ya está amaneciendo.

de Circe Maia,
en Poesía armada, Agermanament, 1976.

lunes, 18 de mayo de 2020

Mayar XIV

Mayar XIV

Padre,
las cigüeñas se han muerto,
lo ruiseñores
y las grullas agoreras
también se han muerto;
en estos ríos cargados de misterio
sólo pasan pájaros negros.
Qué quieres,
la memoria se ha ido a los océanos,
somos piedras mordidas por el viento,
y un sueño nos arranca la esperanza
cuando queremos resucitar recuerdos.

de Francisco Azuela,
en La palabra ardiente, Centro Cultural Internacional El Cóndor de los Andes - Águila Azteca, A.C., 2002.

lunes, 27 de enero de 2020

Yo también

Yo también

Yo también canto a América.

Soy el hermano oscuro.
Me envían a comer a la cocina
cuando hay visitas.
Pero yo me río,
y como bien,
para crecer fuerte.

Mañana
me sentaré a la mesa
cuando lleguen las visitas.
Entonces
nadie se atreverá
a decirme
"Vete a la cocina".

Además,
verán lo hermoso que soy
y se avergonzarán.

Yo también soy América.

de Langston Hughes,
en Entre los Poetas Míos... - Colección Antológica de Poesía Social Vol.77, Biblioteca Virtual Omegalfa, 2014.

lunes, 18 de noviembre de 2019

Tanques en el puente

Tanques en el puente

Un día cualquiera
esta ciudad te ahoga
y sales a las playas
y sabes que tu país es también puro mar.

Un día cualquiera
ya de tarde
regresas a la ciudad

pero entrar a ella supone atravesar
las millas canaleras
desde el pueblo de Arraijón hasta el viejo Chorrillo

un día regresas a las playas

y la boca de tu ciudad es un puente
que intenta cerrar una herida demasiado grande

Un día regresas
y debajo del puente está tu país dividido
y sobre él cinco tanques imperiales
desfilan en fila india

Cinco tanques zonians camino de sus fuertes
cinco tanques del imperio en la América Latina
cinco tanques todos verdes con sus estrellas blancas
cinco tanques USA

Un día regresas a la ciudad
invadido de nostalgia
y te la encuentras invadida en sus puertas:

los tanques 44,45,46,47,48
a plena tarde
a cinco minutos de tu casa
a cinco minutos de tu pueblo
a cinco minutos de todas las esquinas
donde cayeron nuestros muertos.

de Manuel Orestes Prieto* (Nieto),
en Poesía armada, Agermanament, 1976.
*En el original citado figura el apellido así escrito.

sábado, 5 de octubre de 2019

Descubrimiento de España

Descubrimiento de España

Un día viniendo del Sur,
del Sur también de mi sangre, del Sur de mi ceniza,
de la ceniza de los que me dieron la sangre, el hueso, la mirada,
una niñita llegó y dijo: El aire.
Y después el aire del país y el aceite.
Hermanos, hermanos.

Un día viniendo del Sur,
vine a dar adonde nunca había estado pero volvía sin embargo,
reconocí los aldabones, el tahonero, la gorda de la pescadería,
una niñita llegó y dijo: La tierra.
Y después la tierra del país y el vino.
Amigos, amigos.

Un día viniendo del Sur,
del sur de la Madre Patria a ella, de la muerte de mis padres,
encontré de pronto la música, la luz que me arrebataron casualmente,
una niñita llegó y dijo: El agua.
Y después el agua del país y el pan.
Madre, madre.

Un día viniendo del Sur
vine a dar al país de donde había salido antes de nacer
-cuando mi madre adolescente me soñaba en el fondo
del trasatlántico-
una niñita llegó y dijo: El fuego.
Y después el fuego del país y el amor.
Querida, querida.

De Raúl González Tuñón,
en Entre los poetas míos... - Colección Antológica de Poesía Social Vol.32, Biblioteca Virtual Omegalfa, 2013.

martes, 10 de septiembre de 2019

Sebastián Acevedo

Sebastián Acevedo

Sólo veo al inmolado de Concepción que hizo humo
de su carne y ardió por Chile entero en las gradas
de la catedral frente a la tropa sin
pestañear, sin llorar, encendido y
estallado por un grisú que no es de este Mundo: sólo
veo al inmolado.
Sólo veo ahí llamear a Acevedo
por nosotros con decisión de varón, estricto
y justiciero, pino y
adobe, alumbrando el vuelo
de los desaparecidos a todo lo
aullante de la costa: sólo veo al inmolado.
Sólo veo la bandera alba de su camisa
arder hasta enrojecer las cuatro puntas
de la plaza, sólo a los tilos por
su ánima veo llorar un
nitrógeno áspero pidiendo a gritos al
cielo el rehallazgo de un toqui
que nos saque de esto: sólo veo al inmolado.
Sólo al Bío-Bío hondo, padre de las aguas, veo velar
al muerto: curandero
de nuestras heridas desde Arauco
a hoy, casi inmóvil en
su letargo ronco y
sagrado como el rehue, acarrear
las mutilaciones del remolino
de arena y sangre con cadáveres al
fondo, vaticinar
la resurrección: sólo veo al inmolado.
Sólo la mancha veo del amor que
nadie nunca podrá arrancar del cemento, lávenla o
no con aguarrás o sosa
cáustica, escobíllenla
con puntas de acero, líjenla
con uñas y balas, despíntenla, desmiéntanla
por todas las pantallas de
la mentira de norte a sur: sólo veo al inmolado.

de Gonzalo Rojas,
en http://www.poesiasolidariadelmundo.com/search/label/Gonzalo%20Rojas-%20Chile

martes, 6 de agosto de 2019

Los muertos de la plaza

Los muertos de la plaza

Yo no vengo a llorar aquí donde cayeron:
vengo a vosotros, acudo a los que viven.
Acudo a ti y a mí en tu pecho golpeo.
Cayeron otros antes. Recuerdas? Sí, recuerdas.
Otros que el mismo nombre y apellidos tuvieron.
En San Gregorio, en Lonquimay lluvioso,
en Ranquil, derramados por el viento,
en Iquique, enterrados en la arena,
y a lo largo del mar y del desierto,
a lo largo del humo y de la lluvia,
desde las pampas a los archipiélagos
fueron asesinados otros hombres,
otros que como tú se llamaban Antonio
y que eran como tú pescadores o herreros:
carne de Chile, rostros
cicatrizados por el viento,
martirizados por la pampa,
firmados por el sufrimiento.

Yo encontraré por los muros de la patria,
junto a la nieve y su cristalería,
detrás del río de ramaje verde,
debajo del nitrato y de la espiga
una gota de sangre de mi pueblo
y cada gota, como el fuego, ardía.

de Pablo Neruda,
en Poesía armada, Agermanament, 1976.

jueves, 9 de mayo de 2019

contracanto a walt whitman (canto a nosotros mismos) - 5, 8, 10, 11, 12, 14, 15, 16 y 17.

contracanto a walt whitman
(canto a nosotros mismos) (fragmentos)

Contracanto a un célebre poema de Walt Whitman publicado en 1855 
con el título de Canto a mí mismo (Song of myself) que se inicia así:

"Yo, Walt Whitman, un cosmo,
un hijo de Manhattan..."

Yo, 
un hijo del Caribe, 
precisamente antillano. 
Producto primitivo de una ingenua 
criatura borinqueña
y un obrero cubano, 
nacido justamente, y pobremente, 
en suelo quisqueyano. 
Recogido de voces, 
lleno de pupilas 
que a través de las islas se dilatan, 
vengo a hablar a Walt Whitman. 
Un cosmos, 
un hijo de Manhattan. 
Preguntarán 
¿quién eres tú? 
Comprendo. 
Que nadie me pregunte 
quién es Walt Whitman. 
Irían a sollozar sobre su barba blanca. 
Sin embargo, 
voy a decir de nuevo quién es Walt Whitman, 
un cosmos, 
un hijo de Manhattan.

5

Y un día 
(¡Oh, Walt Whitman de barba insospechada...!) 
al pie de la palabra 
yo 
resplandeció la palabra 
Democracia. 
Fue un salto. 
De repente 
el más recóndito yo 
encontró su secreto beneficio 
Libertad de Trabajo. Libertad de Conciencia. 
Libertad de Palabra. Libertad de Camino. 
Libertad de aventura, proyecto y fantasía. 
Libertad de fracaso, de amor, y de apellido. 
Libertad sin retorno ni vértices ni ortigas. 
Libertad de quererme y mirarme en su pupila. 
Libertad de la dulce asamblea que tengo en mi 
corazón 
contigo y con toda la infinita humanidad que rueda
a  través 
de todas las edades, los años, las tierras, los países, 
los credos, los horizontes... y fue la necesaria 
instalación de júbilo. 
Las colinas desataron luceros y luciérnagas. 
Las uvas se embriagaron de vino y de perennidad. 
En todo el territorio 
se hizo la gran puerta de la oportunidad 
y todo el mundo tuvo acceso a la palabra
mío.

8

¡Secreta maravilla de una historia que nace...! 
Con aquel ancho grito 
fue construida una nación gigante, 
Formada de relatos y naciones pequeñas 
que entonces se encontraban como el mundo 
entre dos grandes mares... 
Y luego 
se ha llenado de golfos, islotes y ballenas 
esclavos, argonautas y esquimales... 
Por los mares bravíos 
empezó a transitar el clíper yanqui, 
en tierra se elevaron estructuras de aceros, 
se escribieron poemas y códigos y mármoles 
y aquella nación obtuvo sus ardientes batallas 
y sus fechas gloriosas y sus héroes totales 
que tenían aún entre los labios 
la fragancia 
y el zumo 
de la tierra olorosa con que hacían su pan 
su trayecto y su equipaje... 
Y aquella fue una gran nación de rumbos y albedríos. 
Y el yo 
-la rotación de todos los espejos 
sobre una sola imagen- 
halló su prodigioso mensaje primitivo 
en un inmenso, puro, territorio intachable 
que lloraba la ausencia de la palabra
mío.

10

Nadie supo qué noche desgreñada, 
un rostro frío, de bajo celentéreo, 
se halló en una moneda. Qué reseco semblante 
se pareció de pronto a un círculo metálico y sonoro. 
Qué cara seca vio en circulación de mano en mano.
Qué seca boca dijo de pronto 
yo
y empezó a conjugarse, a cumplirse y a multiplicarse 
en todas las monedas. 
En moneda de oro, de cobre, de níquel, 
en moneda de mano, de venas de vírgenes 
de labradores y pastores, de cabreros y albañiles. 
Nadie supo quién fue el desceñido primero.
Mas se le vio una mañana adquirir el crepúsculo,
Mas se le vio otra mañana comprar la conciencia. 
Y del fondo de los ríos, de los barrancos, de la médula 
de los arbustos, del filo de las cordilleras, 
pasando por torrentes de sudor y de sangre, 
surgieron entonces los Bancos, los Trusts, los
monopolios, 
las Corporaciones.... Y, cuando nadie lo supo 
fueron a dar allí la cara de la niña y el corazón 
del aventurero y las cabriolas del cow-boy y los 
anhelos 
del pioneer... y todo aquel inmenso territorio 
empezó a circular por las cajas de los Bancos, los 
libros 
de las Corporaciones, las oficinas de los rascacielos, 
las máquinas de calcular... 
y ya: 
se le vio una mañana adquirir la gran puerta de la 
oportunidad 
y ya más nadie tuvo acceso a la palabra mío 
y ya más nadie ha comprendido la palabra yo.

11

Preguntadlo a la noche y al vino y a la aurora... 
Por detrás de las colinas de Vermont, los llanos de 
las Costas 
por el ancho Far-West y las montañas Rocallosas, 
por el valle de Kentucky y las selvas de Maine. 
Atravesad las fábricas de muebles y automóviles, los 
muelles, 
las minas, las casas de apartamentos, los ascensores 
celestiales, 
los lupanares, los instrumentos de los artistas; 
buscad un piano oscuro, revolved las cuerdas, 
los martillos, el teclado, rompedle el arpa silenciosa 
y tiradla sobre los últimos raíles de la madruga... 
Inútilmente. 
No encontraréis el limpio acento de la palabra 
yo. 
Quebrad un teléfono y un disco de baquelita, 
arrancadle los alambres a un altoparlante nocturno, 
sacad al sol el alma de un violín Stradivarius... 
Inútilmente. 
No encontrareis el limpio acento de la palabra 
yo.
(¡Oh, Walt Whitman de barba desgarrada!) 
¡Qué de rostros caídos, qué de lenguas atadas, 
qué de vencidos hígados y arterias derrotadas...! 
No encontraréis 
más nunca 
el acento sin mancha 
de la palabra 
yo.

12

Ahora, 
escuchadme bien: 
si alguien quiere encontrar de nuevo 
la antigua palabra 
yo 
vaya a la calle del oro, vaya a Wall Street. 
No preguntéis por MR. Babbitt. El os lo dirá. 
- Yo, Babbitt, un cosmos, 
un hijo de Manhattan. 
Él os lo dirá 
- Traedme las Antillas. 
sobre varios calibres presurosos, sobre cintas 
de ametralladoras, sobre los caterpillares de los 
tanques 
traedme las Antillas. 
Y en medio de un aroma silenciosa 
allá viene la isla de Santo Domingo.
- Traedme la América Central. 
Y en medio de un aroma pavoroso
allá viene callada Nicaragua.
- Traedme la América del Sur.
Y en medio de un aroma pesaroso 
allá viene cojeando Venezuela. 
Y en medio de un celeste bogotazo 
allá viene cayendo Colombia. 
Allá viene cayendo Ecuador. 
Allá viene cayendo Brasil. 
Allá viene cayendo Puerto Rico. 
En medio de un volumen salino 
allá viene cayendo Chile... 
Vienen todos. Allá vienen cayendo. 
Cuba trae su dolor envuelto en un estremecimiento 
de comparsas. 
México trae su rencor envuelto en una sola mirada 
fronteriza.
Y Haití, Uruguay y Paraguay, vienen cayendo. 
Y Guatemala, El Salvador y Panamá, vienen cayendo. 
Vienen todos. Vienen cayendo.
No preguntéis por Mr. Babbit, os lo he dicho. 
- Traedme todos esos pueblos en azúcar, en nitrato, 
en estaño, en petróleo, en bananas, 
en almíbar. 
traedme todos esos pueblos. 
No preguntéis por Mr. Babbitt, os lo he dicho.
Vienen todos, vienen cayendo.

14

Porque 
¿qué ha sido la ventura de los pueblos 
si no un cambio continuo, un movimiento 
eterno, 
un fuego infinito que se enciende y que se 
apaga? 
¿Qué ha sido 
sino un chorro incontenido, 
espejo ayer de oteros y palmares, 
hoy nube blanca? 
¿Y que 
si no una brega infatigable 
en que hoy manda un puñado de golosos 
y mañana los puños deliciosos, 
fragantes y frenéticos del pueblo 
innumerable? 
Por eso tú, innúmero Walt Whitman, 
que en mitad de la noche dijiste 
yo 
y el herrero sonoro se descubrió en la llama 
y el forjador y el fogonero 
y el cuidador del faro, celeste de miradas,
y el fundidor y el leñero 
y la niña celeste colando la alborada 
y el pionero y el bombero 
y el cochero y el aventurero y el arriero... 
Tú, 
que en medio de la noche dijiste 
Yo, Walt Whitman, un cosmos, 
un hijo de Manhattan 
y un pueblo entero se descubrió en tu lengua 
y se lanzó de lleno a construir su casa 
hoy, 
que ha perdido su casa, 
hoy, 
que tiene un puñado de golosos sonrientes y 
engreídos, 
hoy 
que ha cambiado el fuego infinito que se 
enciende y que se apaga 
hoy... 
hoy no te reconoce 
desgarrado Walt Whitman, 
porque tu signo está guardado en las cajas de los 
Bancos, 
porque tu voz está en las islas guardadas por arrecifes 
de bayonetas y puñales, 
porque tu voz inunda los decretos y los centro de 
Beneficencia 
y los juegos de lotería, 
porque hoy,
cuando un magnate sonrosado, 
en medio de la noche cósmica, 
desenfrenadamente dice 
yo 
detrás de su garganta se escucha el ruido de la 
muchedumbre 
ensangrentadas explotas refugiadas 
que torvamente dice 

y escupe sangre entre los engranajes, 
en las fronteras y las guardarrayas... 
¡Oh, Walt Whitman de barba interminable!

15

Y ahora 
ya no es la palabra 
yo 
la palabra cumplida 
la palabra de toque para empezar el mundo. 
Y ahora 
ahora es la palabra 
nosotros. 
Y ahora, 
ahora es llegada la hora del contracanto. 
Nosotros los ferroviarios, 
nosotros los estudiantes, 
nosotros los mineros, 
nosotros los campesinos 
nosotros los pobres de la tierra, 
los pobladores del mundo,
los héroes del trabajo cotidiano,
con nuestro amor y con nuestro puños, 
enamorados de la esperanza. 
Nosotros los blancos, 
los negros, los amarillos, 
los indios, los cobrizos,
los moros y morenos, 
los rojos y aceitunados, 
los rubios y los platinos, 
unificados por el trabajo,
por la miseria, por el silencio, 
por el grito de un hombre solitario 
que en medio de la noche, 
con un perfecto látigo, 
con un salario oscuro, 
con un puñal de oro y un semblante de hierro, 
desenfrenadamente grita 
yo 
y siente el eco cristalino 
de una ducha de sangre 
que decididamente se alimenta en 
nosotros 
y en medio de los muelles alejándose 
nosotros 
y al pie del horizonte de las fábricas 
nosotros 
y en la flor y en los cuadros y en los túneles 
nosotros 
y en la alta estructura camino de las órbitas 
nosotros 
camino de los mármoles 
nosotros 
camino de las cárceles 
nosotros...

16

Y un día, 
en medio del asombro más grande de la historia, 
pasando a través de muros y murallas 
la risa y la victoria. 
encendiendo candiles de júbilo en los ojos 
y en los túneles y en los escombros, 
¡oh, Walt Whitman de barba nuestra y definitiva! 
Nosotros para nosotros, sobre nosotros 
y delante de nosotros... 
Recogeremos puños y semilleros de todos los pueblos 
y en carrera de hombros y brazos reunidos 
los plantaremos repentinamente 
en las calles de Chile, de Ecuador y Colombia, 
de Perú y Paraguay,
de El Salvador y Brasil, 
en los suburbios de Buenos Aires y de La Habana 
y allá en Macorís del Mar, pueblo pequeño y mío, 
hondo rincón de aguas perdidas en el Caribe, 
donde la sangre tiene 
ciertos rumor de hélices quebrándose en el río... 
¡Oh, Walt Whitman de estampa proletaria! 
Por las calles de Honduras y el Uruguay. 
Por los campo de Haití y los rumbos de Venezuela. 
En plena Guatemala con su joven espiga. 
En Costa Rica y en Panamá.
En Bolivia, en Jamaica y dondequiera, 
dondequiera que un hombre de trabajo 
se trague la sonrisa, 
se muerda la mirada,
escupa la garganta silenciosa 
en la faz del fusil y del jornal 
¡Oh, Walt Whitman! 
Blandiendo el corazón de nuestros días delante de 
nosotros, 
nosotros y nosotros y nosotros.

17

¿Por qué queríais escuchar a un poeta? 
Estoy hablando con uno y con otros. 
Con aquellos que vinieron a apartarlo de su pueblo,
a separarlo de su sangre y de su tierra, 
a inundarle su camino. 
Aquellos que lo inscribieron en el ejército. 
Los que violaron su barba luminosa y le pusieron un 
fusil 
sobre sus hombros cargados de doncellas y pioneros. 
Los que no quieren a Walt Whitman el demócrata, 
sino a un tal Whitman atómico y salvaje. 
Los que quieren ponerle zapatones 
para aplastar la cabeza de los pueblos. 
Moler en sangre las sienes de las niñas. 
Desintegrar en átomos las fibras del abuelo. 
Los que toman la lengua de Walt Whitman 
por signo de metralla, 
por bandera de fuego. 
¡No, Walt Whitman, aquí están los poetas de hoy 
levantados para justificarte! 
" - ¡Poetas venideros, levantaos, porque vosotros
debéis justificarme!" 
Aquí estamos, Walt Whitman, para justificarte. 
Aquí estamos 
por ti 
pidiendo paz. 
La paz que requerías 
para empujar el mundo con tu canto. 
Aquí estamos 
salvando tus colinas de Vermouth. 
tus selvas de Maine, el zumo y la fragancia de tu 
tierra, 
tus guapos con espuelas, tus mazas con sonrisas, 
tus rudos mozalbetes camino del riachuelo. 
Salvándolos, Walt Whitman, de los traficantes 
que toman tu lenguaje por lenguaje de guerra. 
¡No, Walt Whitman, aquí están los poetas de hoy, 
los obreros de hoy, los pioneros de hoy, los 
campesinos 
de hoy, 
firmes y levantados para justificarte! 
¡Oh, Walt Whitman de barba levantada! 
Aquí estamos sin barba, 
sin brazos, sin oídos, 
sin fuerzas en los labios, 
mirando de reojo, 
rojo y perseguidos, 
llenos de pupilas 
que a través de las islas se dilatan, 
llenos de coraje, de nudos de soberbia 
que a través de los pueblos se desatan, 
con tu signo y tu idioma de Walt Whitman 
aquí estamos 
en pie 
para justificarte, 
¡continuo compañero de Manhattan!

de Pedro Mir,
en Viaje a la muchedumbre, Siglo XXI, 1978.