HIJAS DE LAS PERRAS NEGRAS
A Edwidge Danticat
Celianne parió a una niña
y la nombró con el nombre escrito en el cuchillo.
Swiss no llora,
bajo la brea que remienda el barco,
algo, alguien retiene sus gritos.
La madre se aferra hasta hundir sus uñas
en la espaldita renegrida.
Cientos de niñas violadas tiran a sus hijos al río.
Escucho en la tele: Bella dentadura de los héroes vestidos de verde
llegan a domar a los nadies.
En el trueque de espejos se fragmentan rostros nativos.
(Las invasiones a los cuerpos son públicas,
pero permanecen
ocultas).
Cuatro niños salieron de la selva,
sobrevivieron durante cuarenta días y cuarenta noches
-cuatro es el orden salvaje-.
¿La selva es mejor que el mar?,
¿mejor?,
la selva tiene su caudaloso río
de muerte.
Emigrantes caminan por el lodo,
la mitad muere
mientras sacuden en vano su reseca vara de la fe:
agua amarga no se endulza,
agua no emana del cactus,
agua no abre paso a los hijos de los guerreros
de Túpac Amaru
ni a los de Benkos Biohó.
La arpía sobrevuela el sueño vencido de la flecha.
Hombres insolados esperan, frente a Celianne,
como parteras que quieren matar.
La tierra prometida está maldita,
no Swiss, no las niñas, no los emigrantes…
Por la promesa, miles de Sísifos atraviesan mares y ríos
metiendo la gran piedra en sus bolsillos.
Todos suman el peso de una pluma, pesan
el peso de la muerte.
Cualquiera es el próximo
héroe caído, mártir mojado, hueso roto
o Lázaro hediondo, para inspirar terror al que huye.
Escucho a Celianne saltar
tras la carnada trifásica
de ombligo, placenta, hija.
Escucho a las placentas:
A ti llamamos las desterradas hijas de Eva y Agwé;
Agwé, a ti suspiramos gimiendo y llorando
en este valle de lágrimas.
A las perras negras y los perros negros nos ha tocado hundir
siempre algo: casas, dioses, lenguas...
En la orilla, de donde salimos, gallos cantan
al amo,
obligados a negar a sus ancestros,
vender a los suyos por maíz de plástico
para sobrevivir
y caminar tranquilos con sus nombres «limpios»,
sin que los llamen
brujos, guerrilleros, rebeldes...
Yo pensaba que escribir era sacarse agujas
del pecho.
Escucho a las agujas:
Poesía es madre que pare a mar abierto,
nos tira y se lanza tras nosotros.
Me oigo:
La magia blanca que me dieron en la escuela de monjas,
como cucharada de veneno,
no me salvaría si decidiera tirarme;
porque no quebró los dedos de quienes firmaron
la entrada al territorio
a los hombres que pusieron botas
en los pies de los cadáveres de nuestros jóvenes;
porque no quebró los dedos de quienes firmaron
la emergencia migratoria
y alejaron los buques de socorro del Mediterráneo.
Las perras negras, sus hijos y sus hijas se hunden
con la historia en su boca.
Escucho al Mediterráneo:
La poesía buscará entre los ahogados, y como otra perra
lamerá sus huesos
para heredar la memoria y justificar la existencia.
de Luisa Villa,
en https://www.laraizinvertida.com/detalle-3108-luisa-villa-premio-internacional-de-poesia-gabriel-celaya-?fbclid=IwZXh0bgNhZW0CMTEAAR1j2upm8KKVK0jHfT63-z6ja7DzOrVrDvk5y_ubks7xEhRF75oB2CCD_AQ_aem_0kcJzPZZRcOJv1QFkGsFpg (21/7/24).