ni tengo airón ni la mirada hosca.
porque no siento audacias de adversario.
Yo no nací para luchar. De niño
campiñas, alboradas y crepúsculos.
con el grave prestigio de tus canas.
Madre, yo tengo miedo. Están de menos
y tus frases de amor, que eran baladas.
He visto mucho ya. He oído nombres,
he vivido en un pueblo muchos años
y siento que las cosas y los hombres
me son aun heladamente extraños.
¡Eras tan joven! Tus palabras eran
como las de los pájaros; como ellos
hablaban de las hojas que murieran
en sus días más bellos.
Y en las tardes, vagando por la vía,
me hablabas de los sueños que soñabas:
yo te hablaba llorando, madre mía,
de mis debilidades. Tú pensabas.
¡Eras tan buena! Tu inocencia suma,
tu inexperiencia del vivir, tus sueños,
se impregnaban de amor, como de bruma
se impregnan los paisajes lugareños.
¡Ah, tú sabías encontrar el fondo
de esta amable bondad hereditaria
que me hizo descender a lo más hondo
de la meditación, de la plegaria!
Tú no viviste para tí. Eras buena
como tu amor por mí ; y eras tan santa
como mi amor, como esta inmensa pena
que de esta mala vida me levanta.
¡Ah, esas tardes de amor! Por el camino
iban nuestros espíritus soñando,
y eran nuestras palabras como un vino
de sabor dulce, como un vino blando.
Como si aun lo viera... Te, adoraba
sin presentir los venideros daños.
Te miraba hondamente, te miraba
como se miraría en muchos años.
...Todo lo que habla de tu vida lo amo:
las canciones antiguas y la nieve
de mis melancolías, el reclamo
del vendedor mientras afuera llueve.
Recuerdo todo. Hasta los sueños torvos
de los gatos huraños; tus modales
llenos de aristocracia, como sorbos
de un licor de los tiempos medioevales.
Y nuestra mesa, los manteles blancos,
las copas de color, el vino, el agua;
los jarrones pintados con barrancos,
carricoches y bosques de patagua.
Y veo todo... Hasta la parra vieja
que aun enarca sus troncos retorcidos,
el tordo campesino, la copleja
que era el recuerdo de tus tiempos idos.
¡Y todo eso ya hurtado por la muerte!
Toda esa dicha que no fué ni mucha...
Todo arrancado a la haraposa suerte
de un niño sin vigor para la lucha.
Me besabas; me hablaste largamente;
reímos, conversamos mil asuntos;
nos separamos silenciosamente
después de andar toda una vida juntos...
En una noche que acabándose iba,
echamos cada uno por su atajo:
tú, seguiste tu marcha por arriba,
yo, seguí mi camino por abajo...