LA HUIDA - III
Huimos acompañados por ruidos subterráneos
Por movimientos acompasados
Pero horripilantes
Las calles adquirieron vida
y las casas se transformaron en perros rabiosos
sedientos de nuestros talones
y por esa vez
-tan sólo por esa única vez-
la muerte nos miró a los ojos
y nos sonrió displicente
de Franco Ibáñez Zumel,
en Sobrevidas, Casa Litterae, 1987.
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