Las palabras necesitan de un contexto histórico, político, social, cultural, económico y biográfico para significar. Exhorto a lxs lectorxs/militantes a realizar un viaje de conocimiento acerca de lugares, tiempos y autorxs para enriquecer la experiencia literaria que propongo en este espacio. Gracias.

sábado, 2 de noviembre de 2024

Los que se fueron...

Escribiré para vengar mi raza.
ANNIE ERNAUX

I

Los que se fueron dejaron las voces de sus animales
como carpas y jaulas abandonadas
por un circo llamado olvidar:

Me llama
        la morrocoya con ruedas que salta entre el
                                                           hacinamiento;
         el perro que sufrió por la cinta de un casete de
                                      horror atorada en sus intestinos.

Me llama
       otro perro, lleva su lomo sangrante
       por la marca de hierro de las águilas crueles;
       el burro, al que los invasores dieron a tragar una bomba
(aclaro, invasores y águilas crueles son sinónimos en estos
                                                                           poemas;
y digo águila, porque no puedo decir ese nombre;
y escribo poemas, porque es la única forma de maldecir al
                                                             águila a la cara;
y escribo poemas, porque es la única forma de comprobar
                                                                     que tengo
alas de pájaro
y no una escopeta).

 

Me llama
        el pato, lazarillo de los muertos;
        el chivo dado en sacrificio,
        para no entregar a la esposa.

Me llama
        el pájaro de la resistencia;
        y la lechuza, reveladora de traidores y malas horas.

Me piden retornar al territorio
—afuera no hay comunidad—.
Debo terminar el volcán que inicié
con niños fantasmas, en mitad de la calle;
en su cráter caerán todas las injusticias y opresiones
hasta que reviente la rabia,
y con cenizas escribiré poemas
que venguen mi raza,
         mi género
         y mi clase.

II

En el fondo del espejo se ve el callejón de una casa,
dos niñas juegan a cubrirse con sábanas, tablas y ramas.

Las niñas crecieron rápido
y su padre metió a treinta morrocoyas, en su lugar,
excepto a una que nació sin las dos patas traseras,
amarró con alambre una tabla en la coraza
y le acomodó dos llantas de un carro de juguete.

Las más sanas cavaron y construyeron un túnel,
hasta inundar mi supuesta habitación propia;
el agua fangosa traspasó el espejo.

Las morrocoyas no son rápidas, aunque tengan llantas;
cuando son deformes no tienen barriga de tierra
ni espalda de cielo;
no llegan a tiempo para prevenir la filtración, la huida,
la injusticia…
                     como yo, que corro, camino,
salto y me enredo una cuerda en las patas,
y me ato al pecho una tabla, en las noches

III

¿Cristo sana morrocoyas
y las ama a todas por igual?

Ni la carne de Cristo
ni la de las morrocoyas deberían ser consumidas,
ambos sacrificios son inútiles;
papá no las crió para inmolarlas.

A todas nos costó asumir que el hogar de la ciudad
no era el del pueblo.
Nunca volví a jugar en un callejón.

El callejón de la casa se achicó tanto
que solo sirvió para desfiladero
de agua fangosa.

En ningún lugar del mundo volví a tener casa;
es mentira,
no se carga como caparazón.

de Luisa Villa,
en https://www.laraizinvertida.com/detalle-3108-luisa-villa-premio-internacional-de-poesia-gabriel-celaya-?fbclid=IwZXh0bgNhZW0CMTEAAR1j2upm8KKVK0jHfT63-z6ja7DzOrVrDvk5y_ubks7xEhRF75oB2CCD_AQ_aem_0kcJzPZZRcOJv1QFkGsFpg (21/7/24).

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