Las palabras necesitan de un contexto histórico, político, social, cultural, económico y biográfico para significar. Exhorto a lxs lectorxs/militantes a realizar un viaje de conocimiento acerca de lugares, tiempos y autorxs para enriquecer la experiencia literaria que propongo en este espacio. Gracias.

jueves, 6 de agosto de 2020

DIOS, EL INFINITO MENESTEROSO

DIOS, EL INFINITO MENESTEROSO

A José Antonio Nováis, porque ha
sabido escribir "Cristo-Federico".

Yo también digo: "Es Federico",
mirando a Dios crucificado encima.
Es Federico, el de la esquina; o bien
Jesús, o bien Manuel, mi nombre suyo,
los que sabemos, los desnudos siempre,
los aterrados, los sencillos,
el que saluda, el que no escapa si
lo llamamos a gritos: "Federico, hombre, amigo"

En el- aire, de nubes y de viento,
Dios es Dios; es la tarde
suave, triste y nostálgica,
los ojos que se miran tan de pronto,
una regada encina de plata
con su tintineo de música,
que brilla, que retumba, que esplende
para la noche oscura y verdadera
donde silenciosamente nos perdemos.

Pero aquí, no: es ése, Federico,
el Leproso, el Pordiosero, como estos
que hablan conmigo en el desmonte,
que entran humildes en la taberna blanqueada
y piden vino pobre, tinto barato,
y lloran junto a mí sin saber qué,
como yo lo hago por tanta cosa solitaria,
por el silencio que pesa, por las dalias
que fueron bellas y se acaban en el suelo,
por el caviar o el faisán que son ya tan imposibles
como la última galaxia, conocida y lejana.

Es Federico, el Pobre,
Dios de nosotros,
el olvido que solloza
con un poco de vino o de sangre
y la cruz debajo del brazo;
en este lunes mundial hecho
para sangrar de hombres,
cuando tú y yo estamos solos,
tan trabajados, con tanto mundo,
clavados en la gente,
llorando de ser buenos.

José Antonio: quiero decirte "gracias".
Me has traído a Dios vestido de pana y alpargatas.
Con callos de ser triste y enormemente nuestro;
un Hombre entre su obra que le ha salido así:
como tú y como yo,
hermanos, sucios, grises,
soñadores, rebeldes,
locos, crucificados.

Cristo o Dios: Federico.
Simplemente Federico, el Raro,
el Hambriento, el Despojado por sí mismo.
Una luz para esta carne que pide luz,
y sabe que está muriendo en la sombra
para iluminarse de entender qué es la muerte
aprendida a su costa y su advertencia,
muertos entre todos,
apuñalados por la vida, la vida.

Dios, pero Federico; porque ha querido ser tan
Federico como otro más pequeño,
entre todos los que estamos cayéndonos rebotando,
golpeados
bajo el infinito desprecio de los siglos.
Como todos, el lento topo que está en las manos,
pues si sólo tuviera el vuelo de los pájaros se
escaparía
de los dedos.

Entre todos, traicionados,
con la corona de espinas y el pobre amor en alma
viva,
cristos azuzados sobre una tristeza hermosa,
una congoja dulce,
por saber que somos el perro que ladra,
el hombre que agoniza,
la soledad que adora,
la esperanza que a duras penas se mantiene.

Pero, sufriendo,
abandonados, perseguidos,
nos elevamos grandes,
ligeros, vivos,
como la banda de mariposas,
como los papeles arrojados al aire,
como la mota de polvo
en la brisa del mediodía,
con la resurrección de los que escuchan,
con la belleza de los que creyeron,
con el resplandor de los que aguantan.
Y Dios-Federico ha querido sufrir así
para hacerse más niño, más tangible, más vital y
puro.
Y estar solo, estar sin juguetes o sueños, estar
llorando.

Tú, yo, ése, Federico, el testigo que espera
en el rincón de penumbra,
por la hora de los pobres,
hacia el cielo amueblado de recuerdos;
la alegría prometida al llanto
perfumado y simple
del corazón, sobre las hojas de la vida
que nunca acaba de pasar,
que siempre nos aguarda en el fondo del ser,
por donde seguimos navegando, creciendo, ganándonos.

¡Ah, no tengas nunca tentación de devolver
a Dios al cielo, definitivamente!
Déjalo en medio de la calle de niebla,
espéralo en la madrugada amarga,
camina a su lado, en su instante.
Es Federico, el Borracho de amor.
¡Porque si no fuera así estaríamos
completamente sin amigo, completamente derrotados!
¡Completamente muertos!

de Manuel Pinillos,
en Poesía Religiosa - Antología (Leopoldo de Luis), Alfaguara, 1969.

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