Hasta hoy
Esa desesperación sorda,
que nunca estalla.
Esa angustia cotidiana,
agridulce.
Que nos va penetrando
en la sangre
nos engaña
envenenándola.
Ráfagas de plenitud,
fulgores, sólo fulgores
(preanuncian tal vez
la gran llamarada)
Anhelos y sueños,
tejidos.
Sin esperanzas
ni sufrimientos.
Ese juego sutil
del combate interior
de engañarse y engañarnos.
Egoísmo.
Anhelos y sequedad.
Crispaciones.
Hasta hoy.
De aquí en más,
el camino es oscuro
a nuestras espaldas
ante nosotros también.
Pero tenemos, ya
una luz
una antorcha
la tea que nos ilumine
seremos nosotros mismos.
Soledad,
la fría grandeza
el orgullo y su majestad.
Amurallada fortaleza.
Allá afuera el vocerío.
Adentro, compañeros, soledad.
Simple y profunda
rica y austera.
Digna, limpia, calma.
Compañera.
Soledad,
sin grandeza, sólo frío
la impotencia
la nausea* y el hastío
el vacío en que giramos
y esa fiebre que nos quema
y no mostramos
por no poder.
Miserable.
Soledad.
En cierta forma,
nos pertenecemos mutuamente
llamada irresistible
compañera dolorosa
hermana implacable
amiga feroz.
Soledad.
Deshilvano despacio
los hilos
de tu alma
desbrozo la hierba
de una senda
ya sin retorno.
Me miro en tus ojos.
El rumor de tu voz,
el viento de tu sonrisa
es el agua
que me lleva.
Navego tu cauce,
ya no forastero,
ya no intruso,
Cada vez menos
peregrino.
Por qué esta az
esta bahía azul
ancha, tan ancha
donde la tempestad
de nuestro mar,
se calma.
Esta luz
que enceguece,
que alumbra
doliendo
que quiere expandirse
y crece.
Esta pradera
que se pierde
y que espera,
palpitante
verde tan verde
a quien la siembre.
Noche sin luna
la traición y la vergüenza cabalgan
cabalgan tu geografía
cabalgan con negras riendas.
Hondo dolor,
hondo y oscuro.
Sangre de nuestra sangre
asesinada, escarnecida.
Te acechan y te cercan
los mil rostros de la infamia.
Nosotros te somos fieles,
te asimos, fragmentada,
en el rumor de
las calladas multitudes,
en la fragua subterránea,
nunca silenciada,
de la idea.
Llenando ancha y triste
nuestra* noches de vigilia.
Irrumpes gota a gota
en nuestras vidas.
Dejas para siempre
la marca indeleble de tu cruz
en la puerta de nuestras casas.
Madre de todo el sufrimiento
madre amantísima, carnicera,
lentamente a tu altar vamos ofreciendo todo
para seguirte intuyendo,
no soñada, sí ofendida humillada
en todos los idiomas,
fusilada en toda tu belleza
dispersada y deshecha,
pero entera
agotad*, no vencida.
Para poderte abrazar,
hecha pueblo,
un segundo
alguna vez.
Patria.
de Álvaro Martín Colombo (detenido-desaparecido el 19 de noviembre de 1976),
en Desde el silencio, Documentos/Página12/La Página SA, 1995.
*Del original,