Á un luchador.
Hacia la gloria, luchador, camina.
No te infunda el ataque un desaliento.
¡Tú sabes bien cómo creció la encina
sin que pudiese detenerla el viento!
No temas del furor la saña loca,
ni de la multitud la fuerza suma.
Las olas que combaten á la roca,
caen á sus pies deshechas en espuma.
Demuestra que tu pecho el amor siente,
al desplegar las alas de tu anhelo.
Las ondas tumultuosas del torrente
también reflejan el azul del cielo.
Que cada herida del dolor provoque
un destello vivaz en tu alma pura.
Cuando cae el martillo sobre el bloque,
desparrama fulgor la piedra obscura.
Y entonces el espíritu, forjado
en el yunque de todos los dolores,
será como el diamante que, tallado,
se transforma en un haz de resplandores.
Hacia la altura, luchador, camina,
porque en el valle se corrompe todo.
No olvides que « la gota cristalina
si llega al suelo, se convierte en lodo. »
Y si has de caer, cae altanero.
La enseña de la luz salven tus brazos.
¡Seméjate al acero,
que ilumina la lucha con chispazos!
de Emilio Frugoni,
en La joven literatura hispanoamericana, Librería Armand Colin, 1906.
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