LA SOMBRA DE LOS MUERTOS
Llamé a la puerta del que fué tu amigo
y se apagó la voz en mi garganta
porque no habita tu recuerdo triste
en medio de la orgía y de la danza.
Mas, allá vamos,
—dije a mi alma:—
¡la sombra de los muertos
no tiene amigos en la tierra ingrata!
Llamé a la puerta de tu amor primero
y lleno de dolor volví la planta
porque la mano de tu amante misma
la frente de otro esposo acariciaba.
Mas, allá vamos,
—dije a mi alma:
¡la sombra de los muertos
no tiene amor sobre la tierra ingrata!
Llamé a la puerta de tu hogar paterno
y se cayó mi mano de la aldaba:
¡ay, donde el ruido del festín resuena
no habita la memoria del que falta!
Mas, allá vamos,
—dije a mi alma:—
¡la sombra de los muertos
no tiene hogar sobre la tierra ingrata!
En el pálido día de difuntos
crucé junto a una huesa abandonada
y doblando en su musgo la rodilla
levanté con tu nombre mi plegaria.
¡Ay! no te arranques,
—dije a mi alma:—
¡la sombra de los muertos
sólo en la piedra del sepulcro se halla!
de Ricardo Gutiérrez,
en Poesías líricas, La cultura argentina, 1916.
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